Ubicado a pocas cuadras de la célebre Casa Azul, el nuevo Museo Casa Kahlo se alza como un homenaje familiar que rescata las raíces, los vínculos y el universo emocional de la pintora mexicana. La residencia, ahora museo, ofrece una mirada inédita sobre su vida personal y artística.
A más de siete décadas de su muerte, Frida Kahlo continúa siendo una de las figuras más icónicas y universales del arte mexicano. Su imagen es reconocida en todo el mundo, su obra se estudia con fervor, y su vida personal sigue siendo objeto de devoción e inspiración. Ahora, quienes buscan comprender a Frida más allá del mito, tienen un nuevo lugar de referencia: el Museo Casa Kahlo, también conocido como la Casa Roja, que abrió sus puertas al público en Ciudad de México.
Situado en la calle Aguayo 54, en el corazón de Coyoacán y a solo tres cuadras de la famosa Casa Azul —donde Frida nació y murió—, este nuevo museo habita una casona que por generaciones fue el hogar íntimo de la familia Kahlo. Fue la residencia de su hermana Cristina, y por décadas permaneció cerrada, protegida por sus descendientes, hasta que en septiembre de 2025 se transformó en un espacio cultural destinado a contar una historia más personal de la artista.
La Casa Roja no busca repetir lo ya contado. Mientras la Casa Azul se ha consolidado como epicentro biográfico y símbolo del arte y la militancia de Frida, el nuevo museo propone una “precuela emocional”: reconstruir la red familiar y afectiva que dio sustento a la artista, explorando su infancia, sus relaciones con sus padres y hermanas, y el entorno doméstico que moldeó su sensibilidad.
“El soporte emocional de Frida no venía de Diego Rivera ni de la Casa Azul, sino de esta casa y de su hermana Cristina”, explicó Frida Hentschel Romeo, bisnieta de Cristina Kahlo y una de las responsables del proyecto. En esta residencia —conocida en la intimidad como la Casa Roja por el color de su fachada— se celebraban cumpleaños, se compartían almuerzos familiares y se tejían los vínculos que marcaron la vida de Frida hasta sus últimos días.
Entre los elementos destacados del museo figuran objetos personales auténticos, desde cartas manuscritas y muñecas, hasta vestidos, medicinas, fotografías familiares y una conmovedora colección de cámaras fotográficas que pertenecieron a Guillermo Kahlo, el padre de Frida, de origen alemán y pionero de la fotografía arquitectónica en México. También se ha habilitado un cuarto oscuro en su honor, como reconocimiento a su legado.
La museografía, desarrollada por el estudio neoyorquino Rockwell Group, respeta la escala y la calidez de un hogar familiar. No hay vitrinas frías ni paneles explicativos extensos. En su lugar, las salas se organizan como experiencias sensoriales y emocionales que permiten al visitante sumergirse en el mundo íntimo de la artista. Desde el sótano donde Frida se refugiaba en momentos de dolor, hasta la cocina donde pintó su único mural conocido, cada rincón revela detalles hasta ahora poco explorados de su vida.
En el mural de la cocina, Frida dejó una frase pintada a mano: “El mesón de los gorriones”, un juego de palabras que evoca la hospitalidad, pero también la irreverencia de su personalidad. Este mural, según la familia, sería la única obra mural de Frida Kahlo, lo que le otorga un valor artístico y afectivo incalculable.
La Casa Roja no solo es un homenaje a Frida, sino también a sus vínculos: a Cristina, su hermana y confidente, quien la acompañó en múltiples cirugías y fue su sostén emocional; a Isolda, su sobrina, destinataria de cartas llenas de ternura; y a los “Fridos”, sus alumnos y discípulos que frecuentaban este hogar cargado de vida y memorias.
El museo también contará con un espacio dedicado a artistas emergentes, un premio de arte impulsado por la Fundación Kahlo y un programa de becas, con el objetivo de seguir difundiendo el espíritu transgresor y creativo de Frida en nuevas generaciones.